Le pedía al cielo que me diera tantas cosas, tan vanas, tan vacías... me enojé por ser de cierta clase de persona, porque en el mundo sólo hay dos. Yo quise creer, rehice mis sueños para no perder; pero al final sólo tuve flores putrefactas como compañía y muchos insectos voraces como siempre.
Y siempre bajo el sol ardiente, bajo la luna brillante, esquivé certeramente mi propio ser: nada más hay que esperar de los cobardes, ¡me rendí!... más de una vez, porque no quería las cosas que a tantos daba satisfacción. Quería algo más, pero no logré siquiera satisfacer mi deseo mas pequeño... me dejé llevar por los grandes males que nunca ignoré pero siempre invité a mi vida. Aquí estoy, sólo estoy porque a esto no se le llama vida, tengo flores marchitas el perfecto símbolo de mi paso por este mundo: agonía que carcome la belleza.
Así será por un largo tiempo: pasarán indiferentes sobre mi cuerpo, al lado mío, lejos de mí, cuando mucho mirando de reojo el lugar que me identifica; no siento nada porque supe desde el comienzo que así son las cosas y que oxidaría mi mente intentando cambiarlas, no puedo cambiar algunas cosas, ahora sé que si hay voluntades antagónicas a la mía no todo es posible... a veces quisiera pensar que soy fuerte, pero los fuertes hacen frente a quienes los dañan aunque siempre he pensado que la venganza es para los débiles, pero yo los dejo pasar y cultivo en mí el dolor eterno; una cosa hay que entender yo también solía ser de carne y hueso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario