Su aire llegaba hasta mi rostro, era un vaivén sin igual que
no quería dejar de inhalar, estábamos a centímetros uno del otro, pero sin
poder tocarnos, algunos ojos cerrados habían, que quizá, podrían haber visto lo que no debería ser
visto. Con sus pies, rozaba los míos, y en la mitad de la noche tal vez
confundiéndome con alguien más, me sujetó por la camisa y me asió a su pecho,
intentaba controlar mi respiración, pues ésta se precipitó al pasmo absoluto.
Estaba oscuro, y mis pupilas oscurecieron mis ojos más que
un eclipse lunar oscurece un bosque frío, y su blanca piel con todo, brillaba. Puso
su mano sobre mi cintura, su liviana mano, estremeció mi cabeza y un parpadeo
largo fue ideal para fingir que yo dormía, me pregunto ¿acaso estabas durmiendo?...
Al amanecer, mi espalda estaba ceñida a su pecho, y sus
brazos me rodeaban, yo no estaba durmiendo pero quería seguir soñando… mi
respiración otra vez, irregular, delatora y torpe. Yo sé que se percató de mi
despertar, pues sin dejar sus brazos de lado, volteé mi cuerpo para mirar su
rostro, y lo contemplé.
No sé cuando, me miró a los ojos, y su mirada me dijo lo que
quería oír, pero como casi siempre no lo que queremos resulta ser lo que es.
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