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martes, 22 de octubre de 2013

Fabricio

Él me hace pensar que el mundo es redondo, y cuando lo pensaba estando a su lado dibujé en su ventana empañada un círculo con mi mano izquierda, no era un círculo totalmente redondo, -pues el buen pulso no es una de mis habilidades-, por lo tanto no era perfecto, y por eso simbolizaba mi propio mundo.

Lo vio, pero no le importó, eso creo. Y yo lo abrazaba fuertemente, porque sabía que no podía hacer nada más, y tampoco quería porque estar a su lado de esa forma era magia hecha a la medida. Dormir con él significaba para mí un sosiego absoluto, acompañado de melancolía y de una esperanza sin sentido. Sus brazos a mi alrededor, eran como si el mundo estuviera cobijado por una capa, nada podía salir mal, porque en la turbulencia yo sentía que cuidaba de mí, como yo nunca lo he hecho.

A veces sentirse protegido te hace pensar en tu valor.

Y yo lo sostenía, como quisiera sostenerme a mí en los tiempos duros, pero nunca me acompaño, soy una ingrata con mi pobre figura, me abandono. A él sencillamente, no quería dejarle quería tenerle cerca como se tienen los prisioneros encadenados unos de otros, pero no lo hice porque su sonrisa libre y su mirada triste me colman el espíritu de lo que esconde tras esos ojos que enamoran a tantas. Porque yo quiero que siempre sea él a costa de la distancia y de la indiferencia si es preciso, así tenga que ser como en tantas ocasiones una espectadora lejana que se confunde en un auditorio lleno de personas, y tan sólo ser una más.

Cada segundo es como un alud, cuando estás viviendo amargamente la soledad, pero cuando estás junto a esa persona que te hace sonreír sin que lo notes, entonces los segundos se vuelven rayos de sol que pasan uno tras otro a la velocidad de la luz y la dicha como siempre, demuestra lo efímera que es.

Viene la nieve otra vez.

Y caigo en cuenta que el mundo es tan redondo, que me duele haber soñado tanto e imaginado un beso suyo, porque las llaves su corazón enrejado las tiene alguien más, a quien le guarda su boca, y quien sin saberlo me deshace las neuronas, de tanto pasarla mal, de tanto vino tinto. Yo lo extraño, extraño esos momentos inocentes, esas caricias de las que nadie se enteró pero de las que nos ponemos en evidencia con la frialdad posterior al desnudamiento,ahora resulta que no me da tan igual lo que piensen de él.

Ya no debo seguir soñándole, porque a este paso voy a enloquecer, porque su cercanía es obsesión en mí, y ¿qué me pide el hado sino cordura?... yo la tendré y por eso me alejo, sin que lo parezca, estando muy cerca, y con ese dolor armaré una máscara de normalidad, barnizada con falso olvido, para seguir un día más soportando la nieve del tiempo que un día fue sol.


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